La vida espiritual tiene gran similitud con la vida física. Tal como en la vida física, en la espiritual hay que nacer, alimentarse, crecer, vestirse, oír, hablar, caminar, esforzarse, trabajar, luchar, madurar (es decir: hacerse adulto), cuidarse, etc.; también, tal como en la vida física, en la espiritual se desfallece, se tropieza, se cae, se duerme, se enferma, etc. Notamos en las Escrituras que se emplea un lenguaje similar para referirse a la vida espiritual al que se emplea para la física. La vida espiritual es ilustrada con detalles pertenecientes a la vida física, al ambiente terrenal, y no a la inversa.
El orden es éste: Conocemos primero la vida física, terrenal, y luego, la espiritual, o celestial, como dice el apóstol Pablo en 1 Corintios 15:46-49 "Mas no es primero lo espiritual, sino lo natural; después lo espiritual. El primer hombre, sacado de la tierra, es terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo. Cual el terrenal, tales también los terrenales; y cual el celestial, tales también los celestiales. Y así como hemos llevado la imagen del terrenal, llevaremos también la imagen del celestial". El hombre natural no tiene que entrar nuevamente en el vientre de su madre y nacer para, entonces, ver y entrar en el reino de Dios; necesita el nacimiento de arriba, el nacimiento espiritual. "Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es" (Juan 3:1-8).
Dios nos habla en el lenguaje que conocemos, avanzamos de lo conocido a lo desconocido, pero -aún así- ese lenguaje sólo puede ser conocido por quienes poseen la vida espiritual comunicada por el Espíritu: "Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados" (Efesios 2:1). Las mismas palabras que pueden ser escuchadas o leídas por todos quienes dominan el mismo idioma, no obstante, no pueden ser entendidas y mucho menos aplicadas por quienes no poseen vida espiritual; sólo pueden ser conocidas y aplicadas apropiadamente por quienes sí poseen vida espiritual: "el hombre natural no capta las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura y no las puede conocer, porque se han de discernir espiritualmente. En cambio, el espiritual discierne todas las cosas" (1 Corintios 2:14,15). Por eso es una labor vana e infructuosa esperar frutos espirituales de quien no ha nacido espiritualmente.
A los judíos, Jesús les dijo en cierta ocasión: "¿Por qué no comprendéis mi lenguaje?", Y él mismo les da la respuesta: "Porque no podéis escuchar mi palabra" (Juan8:43). Él les estaba hablando en el idioma común de ellos. Pero no tenían vida espiritual, no tenían oídos espirituales; oyendo, no entendían. Pero aun sus mismos discípulos, ¡con cuánta lentitud y dificultad llegaron a entender en el proceso de su entrenamiento!; una gran parte de las enseñanzas del Señor la vinieron a entender realmente más adelante, en el futuro, después de su muerte y resurrección, pero su aprendizaje estaba asegurado porque el Señor todo lo puede, y él es el Dios de la paciencia!
Sin embargo, no es que esta forma de enseñanza se preste a confusión, o que no haya sido claramente comunicada, sino que pertenece al reino espiritual y dependerá de la condición de los receptores o interlocutores, para que el lenguaje espiritual sea apropiadamente entendido o no, en el momento mismo de la comunicación de la enseñanza o más adelante, y no sin la ayuda del Espíritu.
Este fue el caso de los discípulos del Señor que, en ésta -como en varias otras ocasiones-, confundieron la manera en que el Señor les hablaba, limitando su conversación a lo terrenal, lo puramente físico o material, mientras él les hablaba -en sentido figurado- de cosas espirituales. Esta realidad es contemplada también en las cartas del NT, por las varias ocasiones en que los apóstoles refieren su buena disposición de volver a enseñar las mismas cosas ya comunicadas a aquellos que debiendo ser ya creyentes maduros (adultos espiritualmente) todavía tienen necesidad de una atención especial, como niños; y por la recomendada paciencia para con todos.
En el caso que estudiamos hoy, vemos que, los discípulos de Cristo, después de medio día de camino, tuvieron hambre y sed, se detuvieron en el pozo, y, por supuesto, de común acuerdo con el Maestro, fueron a la ciudad de Sicar a comprar algo de comer. Mientras ellos van por el alimento físico, Jesús, quien había hecho este viaje -pues "le era necesario pasar por Samaria"- como parte de su ministerio terrenal en obediencia al que le envió, habló con la mujer de Samaria que fue al pozo de Jacob a sacar agua y de forma progresiva se le reveló como el Mesías; la mujer -a su vez- se fue a la ciudad a testificar de Cristo.
Mientras ella testificaba en la ciudad, los discípulos regresaron de la ciudad con la comida que consiguieron y le ofrecen a Jesús. Pero, el Señor les da una respuesta inesperada, les habla -en términos espirituales- de que tiene un alimento que comer que ellos no saben; el pensamiento de ellos se hallaba en el plano material -como es natural- sólo estaban pensando en lo terrenal, en la comida física, y al contestarle Jesús así, se preguntan entre sí si alguien le habría traído de comer; es entonces cuando Jesús les habla del alimento espiritual que le ha referido: Hacer la voluntad del que le envió, y acabar su obra. Atento estaba él a la cosecha que se aproximaba, ya había sembrado la preciosa simiente y los samaritanos que creyeron en él por la palabra de la mujer y fueron salvos aquel mismo día ya venían de camino a encontrarse con Jesús, le invitaron, y pasó con ellos dos días.
Óiganme bien: No que fuera una cosa descabellada la preocupación y el esfuerzo de sus discípulos por conseguir el alimento para sus cuerpos físicos, de seguro Jesús estuvo perfectamente de acuerdo con ellos, es más, es probable que ellos se adelantaron a la ciudad porque él los mandó, mientras él -cansado del camino- se sentó junto al pozo; pero el Maestro quiere darles una lección respecto a la clase de alimento que es realmente importante para los que son espirituales: Cumplir la voluntad del que les envía, y acabar su obra. Al término de su ministerio terrenal, de su labor en la preparación de sus apóstoles, en aquella última noche que pasó con ellos, oró al Padre: "Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo" (Juan17:18). Y aún después de su resurrección, les reiteró su misión, dijo a sus apóstoles: "Como me envió el Padre, así también yo os envío" (Juan 20:21).
Aquellos que serían sus representantes (embajadores) en el mundo, fueron perfectamente instruidos para ejercer un ministerio apostólico digno, como en efecto lo hicieron. Desde que recibieron poder el día de Pentecostés con la venida del Espíritu (la promesa del Padre), se ocuparon efectiva y diligentemente en su labor, en cumplir el ministerio que el Señor les había encomendado. Así como era de importante para su vida y salud física el alimento material que fueron a conseguir a la ciudad, así de vital sería para su vida espiritual el hacer la voluntad de su Señor y Maestro. Él los estaba preparando para luego enviarlos.
Necesitaban entender que la vida y salud espirituales de ellos mismos estaba relacionada íntimamente con su obediencia a él, en el cumplimiento de su ministerio apostólico. Además de salvar a la mujer samaritana y a los hombres de Samaria que creyeron por el testimonio de ella, y porque conocieron al Salvador del mundo -la cual parece ser la razón principal de aquel viaje- el Señor continuó ocupado con toda paciencia y dedicación en la instrucción y preparación de sus discípulos, aprovechando todas las oportunidades, enseñándoles por medio de sus preceptos y de su ejemplo.
En Gálatas 6:1, el apóstol Pablo dice: "...vosotros, los que sois espirituales", y les recomienda la restauración con espíritu de mansedumbre del hermano que fuera sorprendido en alguna falta, considerándose a sí mismos, susceptibles también de ser tentados y caer. En 1 Corintios 3:3,4, amonestando a los corintios a causa de las disensiones entre ellos, el apóstol les dice: "...pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis de modo humano?" Y les repite: "¿no sois carnales?" El asunto es: ¿Eran los hermanos de las iglesias en Galacia espirituales y los de la iglesia en Corinto carnales? ¿Está formada la iglesia por dos clases de hombres: espirituales y carnales? La respuesta es NO.
Todos los verdaderos miembros de la iglesia de Cristo somos espirituales, poseemos la vida espiritual que nos ha sido dada por la operación del Espíritu de Vida. Cristo es la Piedra viva, y nosotros somos también piedras vivas. Sin embargo, es posible también que estemos andando "según el modo humano", y entonces, nos hacemos susceptibles de recibir amonestación por ello. Al pecado hay que llamarle pecado, no importa quien sea el que lo cometa.
Hermanos en Cristo: nosotros -por la gracia de Dios- somos espirituales, y como tales, necesitamos imperiosamente el alimento espiritual para el sustento de nuestras vidas espirituales, para nuestro desarrollo y crecimiento hasta la perfección, para estar capacitados y ocupados en toda buena obra. El descuido en nuestra alimentación espiritual producirá cristianos débiles, desnutridos, enclenques espirituales, sin fuerzas, cansados, tristes, desanimados.
Cuando hablamos de alimentarnos físicamente, pensamos en la ingestión de alimentos saludables, por supuesto. Al alimentarnos tenemos que ser selectivos. Alimentarse bien no es comer cualquier cosa. No es tanto la cantidad como la calidad y el balance de la comida que ingerimos. Muchas de las enfermedades humanas tienen su origen en la falta de una correcta y balanceada alimentación.
Nuestro alimento espiritual es Cristo "el Pan de Vida", "el Pan que descendió del Cielo", él es también "el Agua de Vida" que sacia por la eternidad nuestra sed espiritual. Pero ¡cuidado, hermanos! Hay mucha comida por ahí etiquetada con el nombre de Cristo que no lo es verdaderamente; en vez de alimentar, envilece, atonta, engaña, fascina, fanatiza. Hay abundancia de basura mezclada con algo de alimento que en lugar de hacer algún bien, mata. A veces es como el veneno para ratones: Un 99% de alimento bueno y un 1% de veneno letal. El apóstol Pablo amonesta a los gálatas que se habían dejado seducir por los judaizantes (Gálatas 3:1-5). Los judaizantes buscan mezclar el judaísmo con el cristianismo. Quieren hacer una mezcla imposible de ley y gracia.
Debemos estar muy alertas. "Mirad por vosotros mismos, para que no perdáis el fruto de vuestro trabajo, sino que recibáis plena recompensa" (2 Juan -8). Esto no es cuestión de juego, hermanos; ante algo tan serio, no podemos ser indiferentes o superficiales, está en juego nuestra vida y salud espirituales; está en juego el fruto de nuestro trabajo y nuestro galardón. Dejarse engañar por los falsos maestros conllevará la pérdida del fruto de nuestro trabajo y de la plena recompensa. Como espirituales, poseemos el discernimiento espiritual, no para que lo guardemos, lo enterremos y se lo presentemos al Señor cuando él venga, sin ninguna producción para su gloria, sino para emplearlo ahora, a fin de defendernos y ser librados del engaño, del error y la mentira del diablo y de los hombres perversos.
Tampoco debemos dejarnos impresionar por los grupos grandes y las grandes manifestaciones; nuestro deber es mantenernos firmes en la doctrina que hemos recibido del Señor por medio de sus apóstoles. Nuestro Señor habló a la multitud que le siguió, después de la alimentación de los cinco mil, les dijo unas palabras que pueden ser aplicadas a muchos que a sí mismos se llaman cristianos hoy día: "De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque comisteis de los panes y os saciasteis. Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que permanece por la vida eterna, la cual os dará el Hijo del Hombre" (Juan 6:26,27).
Mucha gente se halla en las iglesias buscando saciar sus necesidades materiales y emocionales, buscan prosperidad material. Piensan que hallarse entre los que siguen a Cristo les asegura el pan y la prosperidad material. Buscan a Cristo, pero no porque tengan algún interés espiritual en él, verdaderamente. Esta actitud encaja en la clase de cristianismo que se estila en este tiempo. Un cristianismo que se ha hecho popular en el mundo, porque llena sus expectativas fantasiosas, les provee las mismas cosas que se ofertan en el mundo: sensualismo y emocionalismo; por ejemplo, la llamada "música cristiana", está compitiendo en el mercado con la música mundana, y ese tipo de música es la que se nos ofrece abundantemente en las llamadas "emisoras cristianas", y en los conciertos y espectáculos de la iglesia popular. Y será su gloria vender más.
Cristo: El pan y el agua de vida espiritual se ofrece gratuitamente. Desde Isaías 55:1-3 se nos dice: "A todos los sedientos: Venid a las aguas; y a los que no tienen dinero: Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche. ¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro jornal en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed de lo bueno, y se deleitará vuestra alma con lo más sustancioso. Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma". Como podemos ver, se trata del alimento que sacia el alma, el cual se recibe de pura gracia.
La sed espiritual es esa que no puede saciar con el agua del pozo: "todo el que bebe de esa agua volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en una fuente de agua que salte para vida eterna" (Juan 4:13,14). La gente gasta su vida y su dinero en la adquisición de muchas cosas que no sacian el alma, después que las poseen les queda el mismo vacío espiritual. Es necesario tener una escala de valores correcta para valorar lo espiritual en su justo valor, como lo más importante en nuestras vidas.
Jesús dijo: "Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás...porque he descendido del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió...Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el último día" (Juan 6:35,38,40). Todos los que hemos venido a Cristo, traídos por el Padre, hemos recibido la vida eterna, la vida espiritual. La provisión para el desarrollo de nuestras vidas está ya dispuesta, sólo tenemos que abrir nuestra boca, y el Señor la llenará. Ocupados en buscar el reino de Dios y su justicia, todas las demás cosas -necesarias para el sustento de nuestras vidas físicas- nos serán añadidas: alimento, ropa, techo, etc.
Hemos de alimentarnos espiritualmente de Cristo, de su palabra, de su ejemplo. Conformarnos cada vez más a su imagen. Aprender de él, imitarle a él. Como discípulos de Cristo debemos nutrirnos de sus enseñanzas, y poder ver en nosotros mismos, por medio del auto-examen, que, en verdad, nos vamos pareciendo cada vez más y más a él. Los apóstoles necesitaron aprender; el proceso fue lento y dificultoso, pero el Señor los había escogido para que fueran sus testigos. Les dijo, en aquella última noche que pasó con ellos: "No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dé" (Juan 15:16).
Cristo debe ser formado en nosotros. El proceso puede ser lento en muchos casos, pero el fin sigue siendo el mismo. La paciencia del Señor hasta alcanzar este objetivo se hace latente en las palabras del apóstol Pablo a los gálatas: "Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros" (Gálatas 4:19). El Señor -por medio de sus ministros- continuará suministrándonos el alimento espiritual "hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo" (Efesios 4:13).
Volviendo a nuestro texto, Jesús contestó al ofrecimiento de comida de parte de sus discípulos: "Yo tengo para comer un alimento que vosotros no sabéis" (:32). Ellos se habían ido a la ciudad a comprar algo de comer antes del encuentro del Señor con la mujer samaritana, nada sabían de aquella conversación mediante la cual aquella mujer fue conducida a la fe en Cristo; interesados como estaban en la comida material, no se percataron de que la luz espiritual en aquella mujer se había encendido. Ellos -cuando regresaron- se sorprendieron de que hablara con una mujer por el lugar social en que se hallaba la mujer en aquella época y, además, por tratarse de una mujer de Samaria; pero no se interesaron en lo que el Señor habló con ella.
Mas al contestarle como lo hizo, nuestro Señor buscaba despertar el interés de sus discípulos por saber cuál es ese alimento del que él les habló, aunque como vemos, sus presentimientos se hallaban todavía en el plano terrenal. Se preguntaron unos a otros: "¿Le habrá traído alguien de comer?" (:33). ¡Qué interesante! ¿Quién sería? ¿Qué tipo de alimento sería mejor que el que ellos habían ido a comprar que ahora él no está interesado en el que ellos le ofrecen? Habiendo despertado el interés de sus discípulos, Jesús procede a darles la enseñanza:
"Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió, y llevar a cabo su obra" (:34). Ya ganada la atención de ellos, les continúa hablando en los versos 35-38 (léase). Ellos dominaban el asunto del tiempo de la cosecha de los frutos terrenales; no podían comer de las espigas en el campo -como en otras ocasiones- porque no era el tiempo de la siega, faltaban aún cuatro meses; pero, la siega espiritual ya estaba lista, y acerca de esa labor es que el Señor y Maestro les está llamando la atención. Es el tiempo de la siega de almas y faltan obreros. El Señor envió a sus discípulos a cosechar. La mies es mucha y los obreros pocos.
Hemos sido enviados a cosechar. Como el Señor, nuestro apetito espiritual debe ser saciado de la cosecha de almas en cumplimiento a su mandato. Dios se hizo hombre, para elevar también a su pueblo al plano espiritual; y como Cristo, somos espirituales y necesitamos alimentarnos espiritualmente. Nuestro alimento espiritual es Cristo. ¡Cuánto gozo hay en cumplir su voluntad! Siempre que hemos cumplido la voluntad de quien nos envió sentimos una gran satisfacción, mucho gozo y fortaleza espiritual porque hemos sido alimentados espiritualmente.